Lo que no dije por miedo a no ser suficiente
El ruido de la gente era fuerte, pero su presencia era lo único que escuchaba.
Ayer, en un festival de música, la vi. Estaba justo a mi lado.
Estuvimos ahí durante horas, compartimos un par de palabras, algunas sonrisas. El ruido de la gente era fuerte, pero su presencia era lo único que escuchaba.
Pensé en pedirle su número. Quise decirle que ella me atraía. Pero no fui capaz…
Si hubo alguna oportunidad de conocerla más allá de ese momento, no la tomé. No porque no quisiera, sino porque no sabía cómo. El temor al rechazo me paralizó. Pensaba que alguien como ella jamás se fijaría en mí. Imaginaba el instante en que me acercaba, entre nuestras sonrisas encontradas le confesara mi atracción, y ella, solo respondiera con un gesto de desconcierto o incomodidad. Tenía miedo de arruinar lo que para mí era un momento hermoso.
No fui capaz de decirlo… y ya no hay forma de volver atrás.
No es la primera vez que me pasa –toda mi vida ha sido así–.
Desde siempre he sentido pánico de dar ese paso. Por temor a parecer molesto, uno más del montón que incomoda a una mujer con su interés y no es correspondido. Preso del miedo a ese rechazo. A que simplemente le parezca que no soy suficiente. Que pueda transformar ese instante –que era un estallido de luz en mi vida– en total oscuridad, por intentar abrir una puerta a su corazón, y con eso, provocar su rechazo a mi vulnerabilidad. Todo por mostrarle que para mí ella iba más allá de un simple momento fugaz.
Hoy me he despertado pensando en ella, con la duda en la cabeza: ¿y si le hubiera dicho? ¿y si ella también estaba sintiendo lo mismo?
Me consuelo con esas preguntas, con los escenarios imaginarios en que tomé el riesgo, y le dije la verdad que mi boca no pronunciaba, pero mis ojos no podían ocultar.
— Andrés Iovino